One of my first memories of April is seeing her passed out on a bathroom floor, her shining copper hair splayed over dirty linoleum. In fact most times I visit, she’s semi-conscious from a recent shot of heroin. But then if I’d endured a life like April’s, I’d be high most of the time too.
April grew up poor in North Carolina. Her mother battled an addiction to painkillers and her father lived in an alcoholic stupor, so April and her brother practically raised themselves. With no guidance or parental discipline, April got pregnant at 15 years old and gave birth to a son with autism. The baby was taken away by social services, and April started using drugs to ease her pain.
She made some poor choices. She was dealt a poor hand at life. But instead of receiving compassionate care and access to drug treatment and medical services so that she can become a healthy, productive member of society, for the past decade April has been caught in a Drug War that punishes instead of cures. Her criminal record for drug possession ensures she will be denied employment, housing, food stamps, educational scholarships, voting rights, and almost anything that could rehabilitate her. Naturally, being marginalized and unable to gain access to basic human services feeds her addiction, and her life has become a cycle of drugs and jail.
Two years ago I met April through my employer, the North Carolina Harm Reduction Coalition. Harm reduction programs work with drug users, sex workers, and other marginalized groups to help mitigate their risks for overdose and disease transmission. An alternative to abstinence-only programs, harm reduction recognizes that not everyone is willing or able to stop drug use and encourages users to consider small steps to improve their health and safety, such as using sterile syringes and not sharing drug equipment. Harm reduction helps people gain back some control over a life that seems to be constantly spinning away from them, and provides a hopeful alternative to the judgment and damnation that rain on drug users from almost everywhere else.
April has sought treatment many times, but hasn’t been able to remain abstinent for long periods, so we work with her in other areas. We provide her with condoms for safe sex. We give out bleach, band-aids and triple-antibiotic ointment for more sterile injecting. In many states, harm reduction programs provide clean syringes to drug users as well to reduce the risk of sharing needles and spreading HIV, hepatitis C and other blood-borne pathogens. In North Carolina, this practice is not permitted. As a result, needle-sharing is rampant and our state has one of the highest rates of HIV in the country.
We also work with April to train her and her friends on how to recognize the signs of a drug overdose and how to safely respond. One night April called in a panic about a friend overdosing on heroin, and we talked her through the response over the phone. With a little help, she saved his life.
April hasn’t made all the right choices in life, but the punitive consequences of the Drug War ensure that the things she could do, such as getting a job or going back to school, are all but impossible. Drug addiction is a serious problem, but it is a health problem and only when treated as such can we start to chip away at its consequences. Treating disease as a crime only ensures that more people like April will fall through the cracks.
Reducción de riesgos: tratando la drogaddición como tema de salud pública en vez de un crímen
Uno de mis primeros recuerdos de April es verla bocabajo en el piso de un cuarto de baño, su pelo rojo y brillante sobre linóleo sucio. De hecho la mayoría de las veces que la he visto, ella ha sido semi-consciente de una reciente dosis de heroína. Pero si yo había soportado una vida como la de April, tal vez yo usaría drogas también.
April se crío pobre en Carolina del Norte. Su madre ha luchado contra la adicción a los analgésicos y su padre era un alcohólico, de modo que April y su hermano prácticamente se criaron solos. Con ninguna disciplina parental, April quedó embarazada a los 15 años y dio a luz a un hijo con autismo. El bebé fue llevado por los servicios sociales y April empezó a usar drogas para aliviar su dolor.
Ella hizo algunas malas decisiones. La vida la dio pocas oportunidades para superarse. Pero en lugar de recibir atención compasiva y acceso a tratamiento de drogas y servicios médicos para que ella pueda convertirse en un saludable y productivo miembro de la sociedad, a lo largo del decenio pasado April ha quedado atrapada en una guerra contra las drogas que castiga en lugar de curar. Su record criminal por posesión de drogas asegura que será negado empleo, alojamiento, cupones para alimentos, becas de estudio, el derecho de voto, y casi cualquier cosa que podría rehabilitarla. Naturalmente, marginada sin poder obtener acceso a los servicios humanos básicos alimenta a su adicción, y su vida se ha convertido en un ciclo de drogas y cárcel.
Hace dos años me encontré con April a través de mi empleador, North Carolina Harm Reduction Coalition. Los programas de reducción de daños trabajan con usuarios de drogas, prostitutas, y otros grupos marginados ayudándoles a mitigar los riesgos de sobredosis y la transmisión de la enfermedad. Una alternativa a los programas de abstinencia, la reducción de daños reconoce que no todos están dispuestos o son capaces de detener el consumo de drogas y anima a los usuarios a adoptar pequeños pasos para mejorar su salud y su seguridad, como por ejemplo de utilizar jeringas estériles y no compartir equipo de inyección. Reducción de daños ayuda a la gente recuperar cierto control sobre una vida que parece estar constantemente girando lejos de ellos, y ofrece una alternativa de esperanza a la sentencia y la condenación eterna que enfrentan los usuarios de drogas.
Abril ha buscado tratamiento muchas veces, pero no ha sido capaz de abstenerse por largo tiempo. Entonces, trabajamos con ella de otra manera, por ejemplo, dándola condones para sexo seguro. Entregamos cloro, curitas, y crema con antibiótico para inyección estéril. En muchos estados, los programas de reducción de daños ofrece jeringas limpias a los usuarios de drogas para reducir el riesgo de compartir agujas y propagar el VIH, la hepatitis c y otros patógenos de la sangre. En Carolina del Norte, esta práctica no está permitida. Como resultado, nuestro estado tiene uno de los índices más altos de infección por el VIH en el país.
También trabajamos con April para ensenar a ella y sus amigos reconocer y responder a un sobredosis. Una noche April nos llamo en un pánico sobre un amigo que había tomado heroína. Hablamos con ella por teléfono para enseñarla responder. Con ayuda, ella salvo la vida de su amigo.
Abril no ha tomado todos las decisiones correctas en la vida, pero las consecuencias punitivas de la guerra contra las drogas hace que las cosas que ella podía hacer, como por ejemplo, obtener un trabajo o regresar a la escuela, son casi imposible. La drogadicción es un problema grave, pero es un problema de salud, y sólo cuando se les trata como tal podemos aliviar sus consecuencias. El tratamiento de las enfermedades como un crimen sólo permite que un mayor número de personas como April caerá a través de la fisura.
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