Wednesday, October 23, 2013

Séptimo Festival de la Milpa: Comunidades Indígenas en Resistencia




Tres meses antes del aniversario número 20 del TLCAN me encontraba en un viejo bus escolar viajando por la Sierra Juárez en Oaxaca, México. El paisaje era increíblemente hermoso. Mientras el bus se desplazaba por las curvas de la carretera podía ver la vegetación densa y verde de las montañas, que parecían interminables.

La flora y la fauna de la Sierra Juárez se han preservado de esta manera porque tienen unos aliados muy poderosos: las personas indígenas que han peleado durante siglos para proteger su territorio, su cultura, su manera de vivir, y a la madre naturaleza. Una nube de mariposas, indicadora de la vasta biodiversidad de la región, me recibió cuando llegué a Santa Gertrudis.

Viajé a Santa Gertrudis para participar en la Séptima Feria de la Milpa, un evento organizado por la Unión de Organizaciones de la Sierra Juárez (UNOSJO). Durante el evento, participantes de Guatemala, Honduras, Brasil, y México discutieron maneras de proteger el territorio y las semillas nativas.

Me llené de inspiración cuando los organizadores comunitarios y los campesinos hablaron acerca de sus experiencias de resistencia, y cuando compartieron su análisis y sus conocimientos con los demás. Los miembros de estas comunidades perseveran a pesar de los esfuerzos del gobierno mexicano y de las compañías transnacionales para transformar el campo mexicano en algo que puedan explotar y de lo que se puedan lucrar más fácilmente.


La transformación del campo mexicano


La mayoría de las personas que trabajan el campo en México son parte de grupos indígenas marginalizados. Históricamente han cultivado comida para sus familias en pequeñas parcelas y usando tecnologías sustentables que se transmiten de generación a generación.


 

Desde que se aprobó el TLCAN, los programas de agricultura del gobierno han apoyado a corporaciones y transnacionales en lugar de apoyar a los campesinos, quienes al no poder competir se ven en una situación de más pobreza y migración forzada a los Estados Unidos.

El gobierno mexicano está trabajando con varias compañías estadounidenses (Monsanto, Dow, Pioneer, DuPont, etc.) para transformar la agricultura mexicana en un sistema de exportación y monocultivos que sea dependiente de agroquímicos y semillas transgénicas o híbridas.

El ideal neoliberal es que las personas produzcan comida para vender (no para autoconsumo) y que compren productos del mercado global (producidos por las transnacionales). Esto se logra al crear las condiciones para que sea más caro cultivar comida que comprarla, o al imponer programas gubernamentales con los cuales los campesinos se vuelven dependientes de los insumos producidos por las transnacionales. Estas situaciones terminan con  las prácticas tradicionales que han permitido que las comunidades indígenas sean autosuficientes y sustentables por siglos.

Los campesinos indígenas que quieren defender sus semillas y su sistema tradicional de cultivo tienen que pelear contra esta clase de programas de gobierno y contra
campañas mediáticas a nivel nacional. La lucha más emblemática a este sistema en México, ha sido la lucha para defender el maíz nativo.

En defensa del maíz


El maíz fue domesticado en México hace miles de años y un gran porcentaje de la diversidad del maíz del mundo se encuentra en este país (solamente en el estado de Oaxaca hay 35 razas).

En 1998 el gobierno mexicano declaró un moratorio del cultivo de maíz transgénico, pero esta clase de maíz ya se distribuía a familias de bajos recursos por medio de un programa gubernamental de seguridad alimenticia que distribuía maíz estadounidense transgénico y barato.

En el 2001, Ignacio Chapela, un científico de la Universidad de Berkley, encontró maíz transgénico en la Sierra Juárez de Oaxaca. Probablemente la contaminación se dió cuando un campesino cultivó el maíz que obtuvo por medio del programa del gobierno sin saber que era transgénico.

En el 2005, la Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados le abrió las puertas de México a los transgénicos. La ley, hecha para regular la cultivación de transgénicos, es tan beneficiosa para las multinacionales, que se le empezó a llamar la Ley Monsanto por todo el país.

En el 2008, por la primera vez en la historia de México, el gobierno autorizó el cultivo de maíz transgénico en varios estados del norte del país. El actual presidente de México Enrique Peña Nieto, autorizó el cultivo 250,000 hectáreas adicionales.

En todo este tiempo, los campesinos y grupos de la sociedad civil han estado peleando contra estas iniciativas. Sin su resistencia, los transgénicos probablemente serían la regla en las zonas rurales de México. Algunas de las preocupaciones relacionadas con los transgénicos son: los efectos de salud que puedan causar en los humanos, la contaminación de cultivos no transgénicos, la contaminación de las áreas de origen del maíz, la pérdida de diversidad genética que podría suceder si el maíz transgénico se vuelve el estándar, la dependencia de las comunidades rurales a las caras semillas transgénicas y agroquímicos, la perdida de sistemas tradicionales de producción, y los efectos de los transgénicos y agroquímicos en el medio ambiente.

La resistencia a los transgénicos ocurre diariamente, cuando campesinos o comunidades enteras se rehúsan a usar semillas que no sean nativas o cuando no usan agroquímicos. A veces esto significa que se tienen que abstener de participar en los programas del gobierno.

PROCAMPO, por ejemplo, es un programa de ayuda del gobierno creado para apoyar a campesinos que cultivan maíz. El programa distribuye vales que se pueden cambiar por semillas y otros productos agrícolas. Muchos campesinos de bajos recursos dependen de esta clase de programas para poder sembrar. Desafortunadamente los vales sólo se pueden usar para comprar semillas de maíz híbrido y paquetes tecnológicos que incluyen agroquímicos (la mayoría de los cuales son hechos en Estados Unidos).

Otro ejemplo es la Cruzada Contra el Hambre, uno de los programas principales de la administración de Peña Nieto. El programa es famoso por asociarse con corporaciones transnacionales y por distribuir comidas procesadas y poco saludables en las comunidades de bajos recursos (en lugar de promover comidas saludables). La iniciativa incluye el Programa de Agricultura de Autoconsumo en Oaxaca. Este programa tiene como objetivo dar ayuda a campesinos de Oaxaca que cultivan productos para autoconsumo. El modelo del programa es el mismo que el de PROCAMPO: los campesinos reciben “ayuda” por medio de semillas híbridas y agroquímicos.

Para aquellos que participan en los programas del gobierno no existe la opción de recibir semillas nativas o de recibir ayuda para cultivar maíz de una manera tradicional. Los programas hacen que sea más caro producir maíz nativo, y se aseguran de que los campesinos se vuelvan consumidores dependientes de semillas y tecnologías extranjeras.

Lea la declaración del Espacio Estatal en Defensa del Maíz Nativo de Oaxaca acerca delPrograma de Agricultura de Autoconsumo en Oaxaca.

A pesar de la falta de apoyo del gobierno y de la presión para que participen en estos programas, los campesinos e indígenas siguen resistiendo.

En Julio, campesinos, organizaciones y activistas presentaron una demanda legal colectiva en contra de las autoridades federales y las compañías que han sido participes en la legalización y el cultivo de transgénicos en México. El 10 de Octubre un juez federal falló a su favor, suspendiendo todos cultivos y planes para cultivar transgénicos en México hasta que se resuelvan una serie de demandas relacionadas con el tema. Esto ha ofrecido esperanzas de que algún día los cultivos transgénicos serán permanentemente prohibidos en el suelo mexicano. ¡La lucha sigue!

En la Feria de la Milpa escuché a muchas personas hablar acerca de las posibles soluciones para los problemas del campo: que el gobierno apoye el uso de las semillas nativas y las técnicas de cultivo ancestrales, que se valore y se apoye el conocimiento indígena, y que se mejoren las técnicas de producción de una manera respetuosa con el medio ambiente y la manera de vida indígena.

Al recordar las caras y las voces de los campesinos que conocí en Santa Gertrudis, pienso en todas las personas en los Estados Unidos que están peleando batallas muy parecidas en contra de los transgénicos, los monocultivos, y los agroquímicos. En Estados Unidos la gente tiene la responsabilidad adicional de hacer que su gobierno y las compañías estadounidenses se hagan responsables por su papel en la implementación de tantas políticas neoliberales que afectan a los países del sur. Mientras trabajamos juntos, de manera transnacional, me siento segura de que podremos ganar esta pelea.



 

¡Involúcrate!

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