por Valerie Miller-Coleman
Lucas 9:51-62
Hace un par de semanas, siete de nosotros fuimos al sur de
México, al estado de Oaxaca, para pasar algún tiempo aprendiendo a amar a
nuestro prójimo. Yo pienso que las experiencias de inmersión como ésta son como
una especie de campo de entrenamiento para el discipulado. Experimentamos los costos y las alegrías de
amar a nuestro prójimo de una manera rápida y densa. El primer día no la
pasamos viajando . El segundo día participamos en seminarios sobre la economía
mexicana, la historia política de México, y particularidades culturales de la
región. También desarrollamos una filosofía que nos serviría de guía en las
relaciones que construiríamos en los próximos días.
El enfoque de esa filosofía era el siguiente: nosotr@s
participamos en relaciones humanas complejas, determinadas por el poder y los
privilegios que tenemos y otras fuerzas sociales fuera de nuestro control. Esto
afecta nuestras relaciones con nuestr@s prójim@s mexican@s, aún antes de
conocerl@s. Con el fin de participar en una relación significativa con ell@s,
hay que prestar atención a cómo estas fuerzas sociales impactan nuestras
creencias y nuestras decisiones. Esta es una filosofía grande y ambiciosa.
Nuestras líderes maravillosas de Acción Permanente por la
Paz nos enseñaron a ver nuestros privilegios y nuestro poder como partes
activas de nuestras relaciones con nuestros prójimos mexicanos. Nos enseñaron a
ver cómo nuestro poder y nuestros privilegios influyen nuestras relaciones con
ell@s de una manera activa. Nuestros privilegios nos aíslan de tal manera de
que podemos elegir ignorarlos, si nos conviene, pero los mexicanos nunca tienen
la opción de ignorarnos a nosotros. Nuestro poder económico y político influye
sus vidas diariamente. Por eso, pasamos los siguientes días escuchando con
mucha atención, para entender cómo ell@s perciben el mundo y cómo nuestro
gobierno y las corporaciones estadounidenses afectan sus vidas.
Una noche, en un pueblo pequeño, me senté a hablar con
Petrona, Juan, y su hijo de 15 años,
David. El hermano de Petrona migró a los EE.UU hace algunos años. El maíz
estadounidense barato, vendido en su mercado, hizo que él no pudiera ganar suficiente
dinero para cubrir los costos de sus cultivos. Así que salió de México a los
Estados Unidos para buscar empleo, y
desde entonces no han sabido nada de él. Esto ocurrió hace años. Petrona
se preocupa mucho por él y le gustaría venir a EE.UU para buscarlo, pero le
costaría demasiado dinero y los trámites son muy intimidantes. Ella se pregunta
si todavía estará vivo.
Petrona me llevó a una fiesta de cumpleaños para su sobrina
Yolanda. Había mucha barbacoa, muchos familiares, un montón de pastel, y much@s niñ@s. Yolanda se veía radiante con
su delantal floral. Cumplió treinta y tres años. Hablamos un buen rato esa
noche y ella me contó su historia. Yolanda se mudó a Anaheim, California con
sus padres cuando era una adolescente, y vivió allí hasta hace cuatro meses. Su marido, hija de cinco años, e hijo de
siete años todavía están en California. Cuando Yolanda estaba en EE.UU, se
quedó más tiempo de lo que permitía su visa, lo que resultó en la perdida de su
estatus migratorio. Yolanda regresó a su
pueblo natal para tratar de regresar legalmente a EE.UU, pero el proceso es
lento y ella no está segura de cuándo va a poder ver a su familia de nuevo. Los
niños la llaman todas las noches llorando. Su hermana dice que nos les va
bien en la escuela, a pesar de que sus
dos hij@s siempre han tomado clases avanzadas para estudiantes dotados y
talentosos.
Petrona me dijo que Yolanda es su sobrina favorita y que se
alegraba mucho de que ella estuviera en su casa, pero que también estaba
preocupada por l@s niñ@s., A ella le gustaría que los niños pudieran vivir más
cerca, pero en realidad no hay trabajo para sus papás. Petrona y Juan
sobreviven con lo que ganan del trabajo que hace Juan como jornalero, vendiendo
los tapetes que hacen a mano, y cultivando sus propios alimentos. Se las han
arreglado para comprar una computadora portátil para David, y a él le va muy
bien en la escuela. Sin embargo se preguntan por cuánto tiempo se quedará en el
pueblo después de graduarse.
Estas son las historias que escuchamos, unas pocas entre
muchas, y las escuchamos porque elegimos escuchar atentamente. Decidimos no
pagar por una habitación de lujo en un hotel, y en lugar de eso pasar la noche
con Petrona, Juan y David. Y les digo, fue incómodo. Yolanda lloró cuando me
contó cómo se sentía pensando en mí regreso a casa, viendo a mi hija Lucy,
cuando ella no tiene ni idea de cuándo volverá a ver a su hija. Ella me pidió
que le ayudara y que no la olvidarla. Por mi parte, quería fingir que yo no era
como soy. Quería poner un poco de
contexto entre nosotras. Quería decirle que no controlo las leyes migratorias y
que no soy responsable de cuánto tiempo sus hijos se permanezcan despiertos
cada noche llorando… pero, ¿saben qué? Lo soy. Yo voto en este país y yo soy
responsable de nuestras leyes migratorias. Yo soy responsable de las lágrimas
de sus hijos. Soy responsable por el hermano de Petrona. Soy responsable por la
opciones de trabajo y carrera de David. Yo soy responsable de estas personas
porque son mis hermanos y hermanas como hijos de Dios, y porque mi vida impacta
directamente a las suyas. Incluso si elijo ignorarlos, ellos no pueden optar
por ignorarme a mi.
En la Iglesia de Plymouth decimos que nos dedicamos a crecer
en el amor de Dios y el prójimo. Y esa es nuestra aspiración. Sin embargo, como en cualquier relación,
crecer significa cambiar. Significa dejar ir algunas cosas y abrirse a otras.
Jesús nos invita a entrar en el pacto del discipulado. Como el pacto de
matrimonio, el pacto del discipulado tiene que ser elegido libremente y con
regularidad. Y el discipulado, como el matrimonio, nos cuesta algo, incluso
mientras nos moldea en otra versión de nosotros mismos. Jesús habla muy
claramente al respeto. Si nos parece confuso es porque elegimos no verlo
claramente. Hace un momento él dijo, ‘los que quieran salvar su vida la
perderán, pero quien pierda su vida por mi causa, la salvará’. Él dice, no
tendrás una cama cómoda. Él dice, tendrás que renunciar a algunas obligaciones
sociales importantes. Él dice, será difícil mantener algunas de tus relaciones.
Él dice, esta decisión es importante. Te cambiará la vida. Y creo que nos está
hablando a nosotros.
Si elegimos el discipulado, si tomamos la decisión de crecer
en el amor, nos costará nuestra certeza, nuestras medias-verdades cómodas,
algunas de nuestras relaciones, nuestro aislamiento y nuestras ilusiones. El
amor por el prójimo, entrenamiento que acabamos de cumplir en México, nos costó
todas estas cosas. No construimos ni un baño. No disfrutamos de la gratitud de
la gente pobre recibiendo nuestros regalos preciosos. Nos sentamos a cenar
juntos y escuchamos. Celebramos el trabajo duro, la sabiduría, y el valor de
las mujeres que se dejan atrás mientras que sus hijos y hermanos y esposos
buscan trabajo a miles de millas de distancia para apoyar a sus comunidades.
Nuestras almas crecieron. La vida se hizo más abundante mientras que la
compartimos. Ahora nos conocemos mejor a nosotr@s mism@s. Y amamos un poco
mejor a nuestro prójimo porque sus historias se han convertido en parte de la
nuestra. Demos gracias a Dios. Amén.
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