Por Jane Hornsby
En un parque infantil en Minneapolis con mis primos pequeños, nos perseguimos, riéndonos. Ellos me cogen, fingen esposarme, y me empujan detrás de un banco, diciéndome que soy un tipo malo y ahora estoy en la cárcel. Acabo de leer varios capítulos de The New Jim Crow, y por eso me detengo en mi risa para pensar si debería decir algo. ¿Debería detener el juego para sentar a estos niños de tres y cuatro años de edad en un banco y explicarles la jerarquía racial, impulsado por el capitalismo, que encuentra un terreno fértil para la opresión en el sistema nacional de justicia penal? ¿Cómo puedo empezar a desafiar a sus convicciones fuertes, que la cárcel es un lugar para aquellos que son moralmente corruptos de alguna manera? ¿Cómo puedo expresar, en un lenguaje que ellos entiendan, la tragedia impresionante de todo esto? ¿O debería quedarme detrás del banco y simplemente aceptar que nosotros socializamos a nuestros hijos para que piensen en el policía como el héroe, y el hombre negro con capucha como el villano? Vuelvo a casa pensando en cuánto tiempo pasará hasta que mis primos se den cuenta de que es maravilloso que tengan control sobre sus propios vidas y destinos, que tengan opciones y recursos, y que esto es una bendición que supera la palabra “privilegio.”
Basta decir, mientras leo The New Jim Crow - que, si no has oído de él, es una preciosa bestseller de Michelle Alexander que describe el complejo prisión-industrial - he pensado mucho en la guerra contra las drogas recientemente. Pero no creo que totalmente entendí la conexión entre el sistema de castas estadounidense y las dinámicas internacionales del poder hasta que empecé a sumergirme en la política del Plan Colombia, la Iniciativa Mérida, y la realidad desalentadora del imperialismo estadounidense a través de una retórica de la seguridad y la buena voluntad hacia las comunidades latinoamericaas plagadas por la violencia de la guerra contra las drogas.
En The New Jim Crow, Michelle Alexander discute el sistema de prisiones estadounidense y la guerra interna contra las drogas a través de la lente del discurso de la raza y la clase en los EE.UU. Ella explica cómo, al enfocarse desproporcionadamente a la comunidad negra, este aparato funciona, bastante como Jim Crow, como una estructura opresiva que se diseñó para debilitar y privar de derechos a ciertos grupos demográficos. Con el movimiento de derechos civiles y el fin de la era formal de Jim Crow, las élites blancas estaban aterrorizadas por la amenaza de que una población negra liberada pudiera cambiar el orden económico y social en los EE.UU. Por lo tanto, ella dice, el sistema penitenciario ganó fuerza en su manera encubierta de justificar la discriminación en nombre de la seguridad. Alexander se refiere a esto como un "sistema bien disimulado de control social racista" y ofrece una definición alternativa de las estructuras de justicia penal, diciendo que históricamente han funcionado - y siguen funcionando - más como formas de control de la economía y mantenimiento de un cierto orden social o sistema de clases que como agentes de seguridad. Todo esto - las discusiones de seguridad, los sistemas de clases y la discriminación - parece sorprendentemente a la guerra contra las drogas en América Latina.
Es esencial darse cuenta de que este sistema de política que discute Alexander se manifiesta no sólo en todos los rincones de la vida en los EE.UU., sino en todo el hemisferio. Su marco teórico también nos ayuda a entender el papel de EE.UU. en una guerra contra las drogas que paraliza a América Latina. Al igual que el gobierno estadounidense invierte dinero en un sistema interno que militariza a la policía y encarcela proporciones enormes de las comunidades minoritarias, también ha exportado este modelo exacto en un esfuerzo a realizar la guerra contra las drogas en México y Colombia. Este sistema de control social resulta útil no sólo para reforzar las jerarquías internas basadas en la raza y la clase, sino también para apuntalar un orden global definido por la hegemonía estadounidense. Como un sistema de control social, la guerra contra las drogas funciona en América Latina, como lo hace en los EE.UU., para sistemáticamente quitarles poder, deshumanizar y silenciar a las poblaciones que amenazan el orden capitalista dominante al luchar por sus propios derechos y humanidad como una clase inferior, o simplemente al vivir sus vidas. La guerra que luchamos con nuestros miles de millones de dólares contra las fuerzas policiales de América Latina es una forma de exportar un sistema de control social que favorece los blancos, los ricos, los capitalistas.
Y esto, en su esencia, es una estrategia económica; es una guerra que está diseñada para ser interminable, no sólo en la forma en que crea un mercado autosostenible para las armas y otras industrias estadounidenses, sino también en la forma en que se divide sistemáticamente las clases sociales para asegurar un modelo proletariado-burguesía que sigue beneficiando a la élite. Al igual que la explotación de los trabajadores de América Latina por las corporaciones internacionales, esta estrategia por Washington lleva a cabo su objetivo fundamental, que es, como dice Alexander con respeto a los EE.UU., "restablecer un sistema de control que garantice una mano de obra sumisa y mal pagada," y "proteger los intereses económicos, políticos y sociales [de las personas adineradas]." En lo económico, las estructuras presentes en ambos el sistema penitenciario y la guerra contra las drogas tienen implicaciones profundas de clase - pero la participación de Estados Unidos en la guerra contra las drogas también se ha manifestado en maneras profundamente racistas. La investigación ha demostrado que así como la guerra contra las drogas en EE.UU. es principalmente una batalla contra las comunidades negras, los afectados por la guerra contra las drogas en el extranjero son desproporcionadamente las comunidades indígenas y afro-latinas.
Este modelo no existe porque es la única solución, o incluso porque es una solución en absoluto. La investigación ha demostrado que esta ayuda es en gran parte un fracaso al luchar verdaderamente contra la violencia de la guerra contra las drogas. Esto se debe parcialmente al origen de una gran parte de la guerra contra las drogas en la demanda interna, que no es una prioridad aquí en los EE.UU., y que se deja en suspenso en comparación con esta militarización inútil de las fuerzas policiales latinoamericanas. La militarización y el encarcelamiento masivo aumentan la probabilidad de los delitos violentos en vez de disminuirla, y, aunque hemos visto que el acceso al tratamiento para las drogas es la manera más efectiva de reducir la demanda, ignoramos este enfoque completamente. ¿Por qué? Porque simplemente no estamos interesados en resolver verdaderamente el problema de las drogas. Sabemos cómo luchar en esta guerra, pero está en el interés de las élites y las empresas estadounidenses desfavorecer continuamente la clase baja. Por lo tanto, el sistema de castas de Alexander llega a ser no sólo uno de carácter nacional, sino internacional.
El momento de darse cuenta de la magnitud de estas conexiones es aterrador. Pero también es motivador. Todo esto significa que la lucha contra la militarización, la encarcelación en masa y el imperialismo en un solo lugar marcará una diferencia en otro. Tal vez tome un tiempo hasta que mis primos pequeños se den cuenta de la intensidad de la clase y la opresión racial en su nación y el mundo, pero sé que, van a tener la energía y la empatía, y el corazón para agitar las cosas y hacer un cambio.
Thursday, August 20, 2015
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