por Sarah Aldridge
Al comienzo de mis vacaciones de verano, desde el 12 hasta el 21 de mayo, viajé con una delegación de la Universidad Estatal Appalachian a Oaxaca, México, para estudiar las políticas migratorias estadounidenses y los efectos que tienen en la vida de la gente mexicana común y corriente. Me lanzé a esta experiencia sin tener ninguna idea de qué esperar, y sin conocimiento alguno de los problemas de las políticas migratorias. El resultado es que salí de esta delegación y de este pais enamorada de su gente, y mucho más informada sobre un puñado de temas, tales como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), las técnicas agrícolas indígenas, y un colectivo de mujeres tejedoras. Por encima de todo, me conecté con un lugar y un pueblo, lo que hizo que me apasionara con este tema.
Este viaje estará en mi memoria para siempre, desde mi visita al museo de arte moderno durante mi tarde libre, el descubrimiento que pude hablar español mejor de lo que creía, y el pan dulce que me encantó en el desayuno todos los días. Una de las cosas increíbles sobre el itinerario que Acción Permanente por la Paz (Witness for Peace) elaboró para nosotros durante los diez días fue la conexión humana sobre un tema muy importante que tiene que ver con políticas de mi país. Con frecuencia, las personas afectadas por ellas, las que incluyen una frontera cada vez más patrullada, son ignoradas por los medios de comunicación, lo cual lleva a mucha ignorancia y una manera de ver a los inmigrantes como una horda de personas sin nombre.
Durante la delegación, Acción Permanente por la Paz hizo posible que nos reunieramos y conocieramos a migrantes en camino a EEUU, tanto como a migrantes que regresaron de dicho país. También nos platicaron mujeres indígenas y sus familias que trabajan duro en su comunidad para disminuir la migración. Estoy segura de que mientras yo viva, nunca voy a olvidar algunas de las personas que conocí, tal como Jesús León Santos, el granjero apasionado y reconocido a nivel internacional a cargo de CEDICAM, una organización que enseña técnicas agrícolas indígenas y que promueve el comercio local en una zona devastada por las políticas del TLCAN. Tampoco voy a olvidar a una estudiante universitaria con quien platicabamos durante una comida, que había regresado a México. Y a pesar de sobresalir en sus estudios en EEUU con notas increíbles, no pudo asistir a la universidad porque era un inmigrante “ilegal”. Y como olvidar de mi “mama anfitriona” en Teotitlán del Valle y sus sobrinos preciosos, con quienes pasé muchas horas agradables empujándolos en un columpio, o viendo “La Bella y la Bestia” en español, mientras ayudaba a su mamá a cocinar o hablaba con su padre sobre su experiencia en EEUU.
Además de fortalecer mi vida personal, mi tiempo en Oaxaca me ha permitido hablar más en favor de los inmigrantes, que muchas veces no tienen ni rostro ni nombre en nuestra sociedad. También me ha brindado las herramientas para educar a futuras generaciones sobre las injusticias de las políticas actuales migratorias y los peligros y dificultades que los migrantes enfrentan, tanto en su país de origen como en EEUU, ya sea que lleguen "legalmente" o "ilegalmente". En el programa donde he enseñado este verano, hemos leído varios libros sobre la inmigración o con personajes de herencia latina, lo cual me ha brindado la oportunidad de hablar con los estudiantes acerca de la inmigración y de las cosas que he aprendido a través de mi tiempo en Oaxaca. Con todo, viajar con Acción Permanente por la Paz cambió mi vida, y sin duda la mejoró. Nunca olvidaré las cosas que aprendí, las experiencias que tuve, y como me transformaron mis diez días en México.
(traducido del inglés por Maggie Ervin)