By Walker Grooms, National Grassroots Organizer
When President Obama and Colombian President Santos met in Washington last Tuesday, Santos expressed hope the two countries would use the meeting to launch an “alliance for progress and peace.”
When President Obama and Colombian President Santos met in Washington last Tuesday, Santos expressed hope the two countries would use the meeting to launch an “alliance for progress and peace.”
But if a true
alliance for peace is to be forged between the U.S. and Colombia, our
government must redirect away from military and antinarcotics aid, a model largely unchanged since the failed Plan
Colombia of 2000, to firm support for the following. Victims’ participation in the peace
process; an independent truth commission; protections for vulnerable
populations; dismantling illegal armed groups; and small-scale farmer (or campesino)-led sustainable
development. Domestically, we need to reform our current drug policies, which fail
to address the demand driving the lucrative drug trade that continues to
finance armed groups.
The two presidents discussed the U.S.-Colombia Free Trade
Agreement (FTA), and what Obama called its “successes” in its first year and a
half. However, expansion of large-scale monocultures like palm oil and
sugarcane—accelerated under neoliberal economic policies like the FTA—is both destroying
Colombia’s environment and violating human rights. Corporate plantations
often displace, abuse, and intimidate workers and communities. Mining concessions from
the Colombian government to promote extractive industries have encouraged encroachment on collective territories. And multinational
mining companies, like agribusiness, often work with armed groups to protect
their interests. Alongside providing “security,” many of these armed groups are
turning from the drug trade to their own illegal mining to finance themselves.
Many U.S. policymakers ignored abuses and misconduct by
corporations in Colombia--including many U.S.-based companies and other multinationals--as
the FTA was implemented last year, prioritizing profit over corporate
accountability and human rights. Our government must hold U.S. corporations responsible for rights violations where they have been implicated.
Furthermore, the FTA itself should be re-negotiated to strengthen
human and labor rights protections. Just on November 9, 2013, Óscar López, a
member of Colombia’s SINALTRAINAL union, was murdered. The day before,
SINALTRAINAL received a death threat signed by a paramilitary successor group. Continuing
tragedies like this show that the Labor Action Plan accompanying the FTA has
not achieved its stated aims of improving labor conditions on the ground and increasing safety for workers.
Given devastation wreaked by ties between the Colombian
government, private interests, and armed groups, it is little wonder that many
Colombian civilians are skeptical of a peace process from which they have been
excluded, and that seems to have as a goal increasing foreign direct investment
in Colombia. To be an effective partner in building a peace for all Colombians,
the U.S. must be bold. We have to re-think policies that have lowered
barriers to trade and simultaneously enabled corporations to act with impunity, while failing to give guarantees to people like Óscar López and to all those
who depend on their land for subsistence. And we have to invest in communities
seeking to build peace, instead of in the Colombian armed forces. It will be a
break with the past, but one necessary for an alliance that has peace as its
object.
--
Por Walker Grooms, Organizador Nacional de la Base
Cuando el presidente Obama y el presidente colombiano Santos se reunieron en Washington el martes pasado, Santos expresó su esperanza de que los dos países aprovecharan la reunión para poner en marcha una "alianza para el progreso y la paz."
Cuando el presidente Obama y el presidente colombiano Santos se reunieron en Washington el martes pasado, Santos expresó su esperanza de que los dos países aprovecharan la reunión para poner en marcha una "alianza para el progreso y la paz."
Pero para
que una verdadera alianza para la paz se establezca entre Estados Unidos y
Colombia, nuestro gobierno debe redirigir el apoyo financiero para Colombia de
la ayuda militar y antinarcótica, un modelo mayormente sin cambios desde el comienzo del fallido Plan Colombia en
el 2000, y a un apoyo para: la participación de las víctimas en el proceso de
paz; una comisión de verdad independiente; protecciones para las poblaciones
vulnerables; el desmantelamiento de los grupos armados ilegales; y el
desarrollo sostenible conducido por l@s campesin@s. A nivel nacional en EE.UU.,
tenemos que reformar nuestras políticas actuales de la guerra contra las drogas,
las cuales no toman en cuenta la demanda que impulsa el lucrativo comercio de
drogas que continúa financiando a los grupos armados.
Los dos
presidentes discutieron el Tratado de Libre Comercio EE.UU.-Colombia (TLC), y
lo que Obama llamó sus "éxitos" en su primer año y medio. Sin embargo,
la expansión de los monocultivos a gran escala, como la palma aceitera y la
caña de azúcar—acelerada bajo las políticas económicas neoliberales como el TLC— no solo destruye
el medio ambiente de Colombia, pero también viola los derechos humanos, ya que las plantaciones corporativas a
menudo desplazan, abusan e intimidan a l@s trabajador@s y a las comunidades.
Las concesiones mineras por parte del gobierno colombiano para promover las
industrias extractivas han alentado la invasión de
los territorios colectivos por las empresas mineras multinacionales que—como
las agroindustriales—a menudo trabajan con los grupos armados para proteger sus
intereses. Además de proporcionar "la seguridad,” muchos de estos grupos armados están dejando el comercio
de las drogas y están comenzando su propia minería ilegal para financiar sus
actividades.
Cuando
el TLC se puso en vigor el año pasado, much@s polític@s estadounidenses
ignoraron los abusos y la mala conducta por corporaciones en Colombia, incluyendo muchas
empresas estadounidenses y otras multinacionales, priorizando la ganancia por encima de la responsabilidad corporativa y los derechos humanos. Nuestro gobierno debe
responsabilizar a las empresas estadounidenses por las violaciones de derechos
humanos en los casos donde han sido implicadas.
Además,
el mismo TLC debe ser renegociado para fortalecer las protecciones de los
derechos humanos y laborales. Justamente el 9 de noviembre del 2013, Óscar López,
miembro del sindicato SINALTRAINAL de Colombia, fue asesinado. El día anterior,
SINALTRAINAL recibió una amenaza de muerte firmada por un grupo paramilitar
sucesor. Tragedias continuas como esta demuestran que el Plan de Acción
Laboral que acompaña el TLC no ha logrado su objetivo declarado de mejorar las
condiciones de trabajo y la seguridad de l@s trabajador@s.
Dada la
devastación causada por los nexos entre el gobierno colombiano, los intereses
privados y los grupos armados, no es extraño que much@s civiles colombian@s sean
escéptic@s de un proceso de paz del cual han sido excluid@s, y que parece tener
como objetivo el aumento de la inversión extranjera directa en Colombia. Para
ser un socio efectivo en la construcción de una paz para tod@s l@s colombian@s,
EE.UU. debe ser audaz. Tenemos que repensar las políticas comerciales que han
reducido las barreras del comercio y a la vez han dejado que las empresas actúen con impunidad, y mientras
tanto no dan garantías ni a la gente como Óscar López, ni a tod@s que dependen
de sus tierras para la subsistencia. En lugar de invertir en las fuerzas
armadas colombianas, tenemos que invertir en las comunidades que buscan
construir la paz. Será una ruptura con el pasado, pero una necesaria para una alianza que tenga la
paz como su objeto.
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