Tuesday, October 8, 2013

Aprendiendo a Amar a Nuestro Prójimo: Un sermón de solidaridad con México


por Valerie Miller-Coleman

Lucas 9:51-62

Hace un par de semanas, siete de nosotros fuimos al sur de México, al estado de Oaxaca, para pasar algún tiempo aprendiendo a amar a nuestro prójimo. Yo pienso que las experiencias de inmersión como ésta son como una especie de campo de entrenamiento para el discipulado.  Experimentamos los costos y las alegrías de amar a nuestro prójimo de una manera rápida y densa. El primer día no la pasamos viajando . El segundo día participamos en seminarios sobre la economía mexicana, la historia política de México, y particularidades culturales de la región. También desarrollamos una filosofía que nos serviría de guía en las relaciones que construiríamos en los próximos días.

El enfoque de esa filosofía era el siguiente: nosotr@s participamos en relaciones humanas complejas, determinadas por el poder y los privilegios que tenemos y otras fuerzas sociales fuera de nuestro control. Esto afecta nuestras relaciones con nuestr@s prójim@s mexican@s, aún antes de conocerl@s. Con el fin de participar en una relación significativa con ell@s, hay que prestar atención a cómo estas fuerzas sociales impactan nuestras creencias y nuestras decisiones. Esta es una filosofía grande y ambiciosa.

Nuestras líderes maravillosas de Acción Permanente por la Paz nos enseñaron a ver nuestros privilegios y nuestro poder como partes activas de nuestras relaciones con nuestros prójimos mexicanos. Nos enseñaron a ver cómo nuestro poder y nuestros privilegios influyen nuestras relaciones con ell@s de una manera activa. Nuestros privilegios nos aíslan de tal manera de que podemos elegir ignorarlos, si nos conviene, pero los mexicanos nunca tienen la opción de ignorarnos a nosotros. Nuestro poder económico y político influye sus vidas diariamente. Por eso, pasamos los siguientes días escuchando con mucha atención, para entender cómo ell@s perciben el mundo y cómo nuestro gobierno y las corporaciones estadounidenses afectan sus vidas.

Una noche, en un pueblo pequeño, me senté a hablar con Petrona,  Juan, y su hijo de 15 años, David. El hermano de Petrona migró a los EE.UU hace algunos años. El maíz estadounidense barato, vendido en su mercado, hizo que él no pudiera ganar suficiente dinero para cubrir los costos de sus cultivos. Así que salió de México a los Estados Unidos para buscar empleo, y  desde entonces no han sabido nada de él. Esto ocurrió hace años. Petrona se preocupa mucho por él y le gustaría venir a EE.UU para buscarlo, pero le costaría demasiado dinero y los trámites son muy intimidantes. Ella se pregunta si todavía estará vivo.

Petrona me llevó a una fiesta de cumpleaños para su sobrina Yolanda. Había mucha barbacoa, muchos familiares, un montón de pastel,  y much@s niñ@s. Yolanda se veía radiante con su delantal floral. Cumplió treinta y tres años. Hablamos un buen rato esa noche y ella me contó su historia. Yolanda se mudó a Anaheim, California con sus padres cuando era una adolescente, y vivió allí hasta hace cuatro meses.  Su marido, hija de cinco años, e hijo de siete años todavía están en California. Cuando Yolanda estaba en EE.UU, se quedó más tiempo de lo que permitía su visa, lo que resultó en la perdida de su estatus migratorio.  Yolanda regresó a su pueblo natal para tratar de regresar legalmente a EE.UU, pero el proceso es lento y ella no está segura de cuándo va a poder ver a su familia de nuevo. Los niños la llaman todas las noches llorando. Su hermana dice que nos les va bien  en la escuela, a pesar de que sus dos hij@s siempre han tomado clases avanzadas para estudiantes dotados y talentosos. 

Petrona me dijo que Yolanda es su sobrina favorita y que se alegraba mucho de que ella estuviera en su casa, pero que también estaba preocupada por l@s niñ@s., A ella le gustaría que los niños pudieran vivir más cerca, pero en realidad no hay trabajo para sus papás. Petrona y Juan sobreviven con lo que ganan del trabajo que hace Juan como jornalero, vendiendo los tapetes que hacen a mano, y cultivando sus propios alimentos. Se las han arreglado para comprar una computadora portátil para David, y a él le va muy bien en la escuela. Sin embargo se preguntan por cuánto tiempo se quedará en el pueblo después de graduarse.

Estas son las historias que escuchamos, unas pocas entre muchas, y las escuchamos porque elegimos escuchar atentamente. Decidimos no pagar por una habitación de lujo en un hotel, y en lugar de eso pasar la noche con Petrona, Juan y David. Y les digo, fue incómodo. Yolanda lloró cuando me contó cómo se sentía pensando en mí regreso a casa, viendo a mi hija Lucy, cuando ella no tiene ni idea de cuándo volverá a ver a su hija. Ella me pidió que le ayudara y que no la olvidarla. Por mi parte, quería fingir que yo no era como soy.  Quería poner un poco de contexto entre nosotras. Quería decirle que no controlo las leyes migratorias y que no soy responsable de cuánto tiempo sus hijos se permanezcan despiertos cada noche llorando… pero, ¿saben qué? Lo soy. Yo voto en este país y yo soy responsable de nuestras leyes migratorias. Yo soy responsable de las lágrimas de sus hijos. Soy responsable por el hermano de Petrona. Soy responsable por la opciones de trabajo y carrera de David. Yo soy responsable de estas personas porque son mis hermanos y hermanas como hijos de Dios, y porque mi vida impacta directamente a las suyas. Incluso si elijo ignorarlos, ellos no pueden optar por ignorarme a mi.

En la Iglesia de Plymouth decimos que nos dedicamos a crecer en el amor de Dios y el prójimo. Y esa es nuestra aspiración.  Sin embargo, como en cualquier relación, crecer significa cambiar. Significa dejar ir algunas cosas y abrirse a otras. Jesús nos invita a entrar en el pacto del discipulado. Como el pacto de matrimonio, el pacto del discipulado tiene que ser elegido libremente y con regularidad. Y el discipulado, como el matrimonio, nos cuesta algo, incluso mientras nos moldea en otra versión de nosotros mismos. Jesús habla muy claramente al respeto. Si nos parece confuso es porque elegimos no verlo claramente. Hace un momento él dijo, ‘los que quieran salvar su vida la perderán, pero quien pierda su vida por mi causa, la salvará’. Él dice, no tendrás una cama cómoda. Él dice, tendrás que renunciar a algunas obligaciones sociales importantes. Él dice, será difícil mantener algunas de tus relaciones. Él dice, esta decisión es importante. Te cambiará la vida. Y creo que nos está hablando a nosotros.

Si elegimos el discipulado, si tomamos la decisión de crecer en el amor, nos costará nuestra certeza, nuestras medias-verdades cómodas, algunas de nuestras relaciones, nuestro aislamiento y nuestras ilusiones. El amor por el prójimo, entrenamiento que acabamos de cumplir en México, nos costó todas estas cosas. No construimos ni un baño. No disfrutamos de la gratitud de la gente pobre recibiendo nuestros regalos preciosos. Nos sentamos a cenar juntos y escuchamos. Celebramos el trabajo duro, la sabiduría, y el valor de las mujeres que se dejan atrás mientras que sus hijos y hermanos y esposos buscan trabajo a miles de millas de distancia para apoyar a sus comunidades. Nuestras almas crecieron. La vida se hizo más abundante mientras que la compartimos. Ahora nos conocemos mejor a nosotr@s mism@s. Y amamos un poco mejor a nuestro prójimo porque sus historias se han convertido en parte de la nuestra. Demos gracias a Dios. Amén.

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