Wednesday, April 5, 2017

Conectando los pueblos a través de las fronteras: Aquí y allá, la resistencia seguirá

Por Anita Kline, delegada de APP en Colombia en diciembre del 2016
“¡Cuéntame de tu viaje a Colombia!” Los líderes de nuestra delegación de Acción Permanente por la Paz (APP) me habían preparado para este momento. Había entendido que el descubrimiento de las conexiones a través de las fronteras internacionales es un eje fundamental para el trabajo de APP, pero sólo después de volver a casa, pude empezar a entender que esta tarea se ha vuelto más urgente desde que la cortina subió para destapar la ópera trágica, xenofóbica y militarista que se está dando en Washington. Y sólo después de presenciar el resurgimiento de la acción política progresista en los Estados Unidos, pude ver que, paradójicamente, la cortina cruel de fuego que estamos enfrentando por parte de Donald Trump y sus actores secundarios nos presenta con una oportunidad para desarrollar este trabajo en un contexto nuevo y prometedor.
Fotos tomadas por Mónica Hurtado, Marianna Tzabiras y Anita Kline. El video fue recopilado por Lisa Taylor. La música es por parte de la comunidad de Caño Manso en Urabá, y la canción se llama "El Vendaval."
Nuestros ciudadanos vecinos y ciudadanas vecinas se están despertando. Se están involucrando en la vida cívica, saliendo a marchar en las calles, lanzándose para cargos políticos con plataformas progresistas. Están uniendo los esfuerzos para formar un movimiento de movimientos a través del cual las y los ciudadanos politizados aprenden de su propia experiencia sobre la explotación y la resistencia. Los y las activistas que están luchando por promover la paz y la justicia en el ámbito internacional ahora tienen una oportunidad para poder expandir y profundizar esta educación. A medida que los millones de ciudadanos y ciudadanas ven lo que está pasando en Washington, también pueden ampliar su perspectiva para entender las similitudes entre Washington y el resto del mundo, incluyendo Latinoamérica.
Me apunté temprano en el año 2016 para ir a Colombia con una delegación de Acción Permanente por la Paz, meses antes de que eligieran a Donald Trump, y más o menos al mismo tiempo cuando firmaron los acuerdos de paz con las FARC en Colombia. Un año después, la administración de Trump ya está bien avanzada en el camino para deshacer las instituciones democráticas y protecciones ganadas después de décadas de lucha masiva en los EE.UU. y en todo el mundo.  En Colombia, están tomando los primeros pasos para implementar los términos del acuerdo de paz, mientras la violencia reaccionaria – dirigida especialmente a los y las trabajadores de derechos humanos, las y los afrocolombianos, indígenas y mujeres activistas – sigue sin cesar, presentando la amenaza de que la posibilidad de paz podría volverse un genocidio.
Durante los diez días de nuestra delegación (del 1 al 10 de diciembre, 2016) en Medellín, Urabá y Bogotá, nos dieron el gran privilegio de poder escuchar muchas historias – sobre la gente que defiende los derechos humanos, las mujeres que luchan por la paz, la gente campesina que lucha por el derecho a la tierra. Estas historias de represión y resistencia en Colombia se reflejan en nuestras historias aquí en casa y pueden servir para inspirar y fortalecer nuestro movimiento. Aquí van varios ejemplos de lo que presenciamos en nuestra delegación: “Movimientos Liderados por Mujeres y Enfocados en los y las Víctimas/Sobrevivientes para la Sanación, la Paz y la Justicia.”
Foto: Anita Kline
1. Los Acuerdos de Paz entre el Estado colombiano y las FARC son un paso grande para adelante. Pero como ya se ha demostrado por el aumento de asesinatos de los y las trabajadores de derechos humanos, sólo es el principio de una paz real con justicia. Como reportó recientemente Amnistía Internacional, “En amplias zonas de Colombia, el conflicto armado dista mucho de haber finalizado. A menos que las autoridades brinden protección urgente a estas comunidades, podrían perderse muchas vidas.”
En encuentros formales e informales con las y los acompañados de APP en Colombia, aprendimos que el apoyo internacional es esencial durante este proceso de implementación. Hay que prestar atención especial al monitoreo de las provisiones que garantizan protección e igualdad de tratamiento bajo la ley para los y las más vulnerables – las comunidades afrodescendientes e indígenas, las mujeres y la gente que se identifica como LGBT. Bajo la administración de Obama, el Congreso estadounidense logró un apoyo bipartito para apoyar el acuerdo de paz. Sin embargo, la administración de Trump expresó sus intenciones al estar "evaluando los detalles ... y determinando si es posible que los Estados Unidos pueda seguir apoyando [el acuerdo]."
Trump ya ha demostrado su preferencia clara por las “soluciones” militares mientras deja de priorizar la diplomacia y el respeto por los derechos humanos cuando se trata de la política estadounidense hacia el exterior.  Estas son señales ominosas que el “Hacer que América Sea Grande Nuevamente” podría significar un retraso a los días cuando las dictaduras en Latinoamérica eran apoyadas por los Estados Unidos, cuando APP empezó a organizar delegaciones para visibilizar los ataques violentos por parte de los gobiernos de la derecha contra su propia gente.
Los ojos del mundo están sobre los presidentes Trump y Santos y la oportunidad histórica que Colombia pueda hacer una paz en un mundo enredado en la guerra. Nuestra resistencia aquí tiene que incluir la exigencia que el gobierno estadounidense siga apoyando los acuerdos de paz de palabra y hecho – dando una ayuda monetaria ya prometida para la implementación del acuerdo y también oponiendose a cualquier plan que quiera apoyar la ayuda militar.
2. La restitución de tierras se encuentra en el corazón de la lucha por la justicia en Colombia, dónde el 52 por ciento de las fincas están en las manos de sólo 1,15 por ciento de terratenientes. Esto representa, según Oxfam, la distribución de tierras más desigual en toda Latinoamérica y una de las distribuciones más desiguales en todo el mundo.
Nuestra delegación viajó a la región remota de Urabá, a los departamentos de Antioquia y Chocó, una región caliente, húmeda y lluviosa donde hay cultivos de plátano y ganadería.  Nos reunimos con personas viviendo en cuatro Zonas Humanitarias y Biodiversas, donde las comunidades afrocolombianas, indígenas y mestizas trabajan su tierra en una manera colectiva y viven en comunidades seguras protegidas por sanciones legales, y las armas están prohibidas.
Foto: Anita Kline
De esta gente generosa y acogedora, escuchamos historias conmovedoras, casi todas tratando el tema de desplazamiento, un fenómeno amplio en el país que ha dado a Colombia la fama de tener una de las poblaciones desplazadas más grandes en el mundo. Las comunidades afrocolombianas y los pueblos indígenas representan el 10 por ciento y el 3 por ciento, respectivamente, de los 7,4 millones de personas desplazadas en Colombia. Estas comunidades han luchado por y han ganado reconocimiento legal como víctimas especiales del “conflicto,” el término que utilizan para hablar de más de 50 años de guerra.  Pero a pesar de varias leyes que garantizan su seguridad y su derecho a la tierra, y a pesar del nuevo acuerdo de paz, la gente del campo sigue enfrentándose con violencia, amenazas y el abuso del poder judicial por parte de las elites de terratenientes, incluyendo las que tienen vínculos con corporaciones estadounidenses como Chiquita Banana. Sin duda, su propia supervivencia está en peligro.
A primera vista, la lucha por la tierra en un país agrario que sigue en desarrollo como Colombia puede parecer muy lejos de la lucha en los Estados Unidos, un país altamente industrializado. Pero aquí también, vemos una conciencia creciente sobre asuntos del uso de la tierra, la seguridad alimentaria y de agua y los derechos de los tratados. Nosotros y nosotras también estamos luchando contra la profanación de la tierra por parte de la agroindustria y las industrias extractivas, y estamos luchando por los derechos de los y las trabajadores en estas industrias. Como parte del movimiento global por la justicia climática, nosotros y nosotras estamos luchando por defender los tratados y por las practicas equitativas y sostenibles, como lo han evidenciado los encuentros de miles de personas en Standing Rock para proteger el agua y los tratados sobre derechos indígenas contra la amenaza de la industria de los combustibles fósiles.
Como educadores y activistas, nosotros y nosotras podemos hacer que estas conexiones sean claras. Podemos exigir que la ayuda estadounidense continúe y que sea condicionada por la implementación de los derechos de la población pobre y desplazada en el campo. Podemos usar nuestra resistencia como ejemplo de la lucha mundial contra los y las que no quieren defender a la Madre Tierra, sino que la quieren explotar por ganancia propia. Podemos juntar nuestras propias exigencias por un mundo pacifico con las exigencias por una Colombia en paz.
3. Como en los EE.UU. y en todo el mundo, las mujeres en Colombia están jugando un papel de liderazgo en la lucha por la paz y contra todo tipo de violencia. Nuestra delegación se reunió con mujeres de dos organizaciones nacionales – la Red Feminista Antimilitarista y la Ruta Pacifica de Mujeres – y con Pilar Rueda, quien llevaba su conocimiento avanzado de la cultura de violencia sexual para educar a las y los delegados presentes en la mesa de La Habana. También escuchamos de mujeres líderes en el campo cuyas propias vidas demuestran el papel especial de las mujeres para transformar una sociedad profundamente herida por la guerra y la cultura de desconocer la violencia contra las mujeres, las niñas y los niños.  A causa de su trabajo inspirador, las colombianas recibieron una invitación especial para participar en las negociaciones de paz en Cuba – al lado de otros y otras que representaban víctimas especiales del conflicto – y sus exigencias están reflejadas en el acuerdo final.
Foto: Anita Kline
En los Estados Unidos también, las voces de las mujeres siguen creciendo cada vez más fuertes para enfrentarse con Trump y su agenda misógina, homofóbica y racista. Se puede encontrar ejemplos notables en el movimiento Las Vidas Negras Importan (Black Lives Matter), la Marcha de Mujeres pos-inauguración en Washington y las movilizaciones constantes contra las deportaciones y otros ataques sancionados por la policía contra las personas de color en comunidades costa a costa. Las giras de conferencias de Acción Permanente por la Paz, que han tenido mujeres colombianas líderes como invitadas en el 2016 y ahora en el 2017, son oportunidades importantes para que compartamos aprendizajes, especialmente porque nuestras hermanas colombianas han estado luchando en un contexto de violencia extrema y con el tipo de persistencia a largo plazo y coraje que probablemente vamos a necesitar aquí para seguir adelante.
4. Finalmente, como en todo lado en el mundo, las y los colombianos no sólo dicen “No” a la violencia, la guerra y la injusticia, sino que también dicen “Sí” a las nuevas maneras de convivir en comunidades prosperas y pacíficas. Sorprendentemente, la ley colombiana en sí promueve la participación activa de víctimas en el proceso de la implementación de los acuerdos de paz para construir una sociedad más justa. Además, reconoce que la participación del pueblo inevitablemente construirá un sentido más fuerte de poder y confianza.
Al lado de los y las organizadores de comunidades, educadores y trabajadores de derechos humanos, los y las trabajadores culturales juegan un papel importante para construir estas nuevas relaciones entre el pueblo colombiano. A toda parte donde íbamos, sea en la ciudad o en el campo, los y las artistas y artesanos contaban historias usando murales maravillosos, posters e instalaciones de arte. Tejen las tradiciones en telas. El amor se pinta en grafiti en las paredes de la ciudad. Los y las representantes de Caño Manso, una comunidad en Urabá, nos contaron con orgullo sobre su desplazamiento y su resistencia ante las elites terratenientes y las empresas ganaderas. Ampliaron y compartieron su historia cuando la volvieron una canción, una balada que se llama “El Vendaval,” grabada en un CD, “Voces de Paz.”
Durante una visita a un museo maravilloso en Medellín, la Casa de la Memoria, pregunté a un estudiante universitario sobre la historia del conflicto. Con paciencia me corrigió, explicándome que el museo no se trata de la historia sino de la memoria. “La historia,” me dijo, “es el trabajo de historiadores, académicos. Nuestras exhibiciones tienen como base las propias experiencias de la gente, cómo las víctimas con sus perspectivas diferentes, sentían los años de violencia y guerra.” De hecho, las exhibiciones de la Casa, cuidadosamente construidas, revelan los años de conflicto a través de las propias palabras de los y las víctimas y sus experiencias. Y posiblemente más importante aún para la sanación de Colombia, revelan la visión de cada persona sobre una vida de paz.
Foto: Anita Kline
En los Estados Unidos también, el pueblo está luchando con esperanza renovada, no sólo para hacer cambio sino para “ser el cambio” también. Encarnamos la paz mientras luchamos contra la guerra. Sacamos banderas coloradas exigiendo que “¡Se queda en la tierra!” mientras bailamos para proteger el agua y la tierra. Estamos haciendo una resurrección del movimiento santuario mientras los y las inmigrantes y los y las que buscan asilo son amenazados con deportaciones masivas. Luchamos, frente a las mentiras y el matoneo, por contar la verdad en lenguaje que es tanto compasivo como fuerte. 
Podemos buscar en Colombia la inspiración para este trabajo de construir comunidad, enlazándonos mano a mano con nuestras y nuestros amigos colombianos y la gente en toda parte. Gracias a los y las que luchan a través de las fronteras, gracias a organizaciones como Acción Permanente por la Paz, podemos imaginar más fácilmente que todos y todas seamos parte de una gran red interdependiente donde podamos encontrarnos y trabajar por un mejor mundo.

 


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